“¿De qué le sirve a uno ganar
el mundo entero, si pierde su vida?”
El texto del Evangelio del XXII
domingo del tiempo ordinario nos invita a reflexionar, a modo de exigencia
discipular, el seguimiento de Jesús que estamos haciendo en este tiempo. El fragmento
de San Mateo, que nos propone la liturgia de la Palabra de hoy, es muy rico
para repensar nuestra misión, nuestra vida pastoral y, sobre todo, nuestra vida
personal.
Viene a mi memoria una pregunta que
nos hacían en el Noviciado -una experiencia de arraigo vocacional en la congregación
Claretiana, 2017-, ¿a qué Jesús seguimos? Es una interrogante que, de fondo,
está presente a lo largo de este pasaje. Jesús expresa a sus discípulos por
primera vez que debe padecer y resucitar en Jerusalén en manos de los sumos
sacerdotes y escribas; una verdad inconcebible por Pedro, y en él los demás discípulos.
Me atrevo a decir que en nosotros también.
Una verdad insólita, el anuncio su muerte, que
de su viva voz nos pone en tela de juicio qué tipo de Mesías es. Por si no
comprendimos en el relato de su nacimiento cómo es el verdadero Mesías enviado
del Padre, aquí es el momento de que lo comprendamos; tendrá que sufrir y morir,
pero también resucitar[1].
Jesús, no tiene escrúpulos en decir la verdad de su destino, pues sabe cuál es.
Cualquier personaje bíblico, sobre todo los profetas, saben que denunciar ante
los poderosos lo que no está bien, su futuro próximo es el sufrimiento de la
persecución y la muerte segura. Pero, como seguidores de Jesús nos cuesta
entender al Maestro, al igual que Pedro, nuestra mentalidad de eternizarnos
cuando sabemos que vamos a morir, no aceptamos a un Mesías fracasado y muerto en
manos de las autoridades judías y romanas.
El Pedro del Evangelio del domingo
pasado que proclamaba a Jesús: “tú eres el Hijo de Dios, el Mesías”[2],
ahora se niega a confesar a un Mesías que ha dicho que morirá y ya no es piedra
de cimiento de la Iglesia, sino, piedra de tropiezo. Por eso, Jesús le dice
ante su negativa: “apártate de mí satanás”[3],
es una expresión muy fuerte la del Maestro. Es la exhortación amante del que ve
las injusticias, las denuncia y es capaz de exponerse para dar la vida por su
Padre y el pueblo de su creación. Nosotros, al igual que Pedro, no creemos en
el Siervo sufriente (Is 41, 1) que había sido anunciado; aún creemos y actuamos
de acuerdo a un Jesús Rey, a la manera de este mundo como monarca, corona, cetro
de oro y autoritario. El Jesús que seguimos hoy es más de ritos y de prácticas
cultuales vacías, un tanto divinizadas y espiritualizadas fuera de la realidad,
en el éter; pero Jesús, hoy nos amonesta.
¿A qué Jesús seguimos? La respuesta deviene
en el mismo texto de hoy, “el que quiera venir conmigo, que renuncie a sí
mismo, que tome su cruz y me siga”[4];
tenemos que reconocer que, en nuestra ekklêsía, somos piedras buenas
como Pedro, con muchas virtudes, pero también piedras de tropiezo y la misión
de Jesús no se lleva a cabo según la voluntad de Dios. Solo cuando nos
comprometemos con la causa de Jesús, los pobres, marginados, olvidados de la
historia, etc., podremos ganar la vida perdiéndola en el servicio oblato a los
demás, siempre en actitud de projimidad. “¿De qué le sirve a uno ganar todo
el mundo si se pierde así mismo, su vida?[5] De
nada y para ello, aceptemos primero al Mesías sufriente en los que hoy sufren,
en los que mueren a causa de las injusticias sociales que hoy la pandemia ha
puesto, aún más, en evidencia. Cristo vive entre nosotros, ¡más en la calle que
en los templos que hoy se reabren en El Salvador!, donde están los marginados y
contagiados de Covid, allí está el Siervo sufriente; a ese Jesús, hermanos y
hermanas, es al que tenemos que seguir y el premio de ganar la vida nos lo dará
a cada uno según nuestras obras hechas aquí y mereceremos según nuestra
autenticidad y transparencia discipular.
[1] Cfr. Mt 16, 21. La Biblia de Nuestro
Pueblo, Schökel Luis A. (2012).
[3] Cfr. Ibid. Mt 16, 23.
[4] Cfr. Ibid. Mt 16, 24.
[5] Cfr. Ibid. Mt 16, 26.
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