El texto de hoy forma
parte de uno de los discursos más significativos del Evangelio de Mateo, quien
se caracteriza por narrar la actuación de Jesús desde una serie de discursos.
En este caso, nos encontramos con el llamado «discurso eclesiológico», porque
se contemplan en él, normas de comportamiento básicas de una comunidad cristiana:
perdón, comprensión, solidaridad. Aparece
lo que se conoce como corrección fraterna,
el tema del perdón de los pecados en el seno de la comunidad, y el valor de la
oración común.
La fraternidad en la base de la vida cristiana
Desde los orígenes, con Caín y Abel la fraternidad es una preocupación
de la Palabra. En nuestro contexto, la situación de pandemia pone en evidencia
la indiferencia, la falta de solidaridad, contrario al Evangelio que
nos hace ver que no se puede ser feliz solo. Esa manera
de vivir no está lejos de nuestras expresiones: “yo no me meto en la vida de
nadie, allá él”, “quién soy yo para meterme en la vida de alguien”, “¿qué puedo
hacer yo ante esta situación a escala mundial?”, no es otra cosa que falta de
compromiso. Somos capaces de juzgar a todo el mundo y ver sus males e
identificar a “los malos”, pero nos cuesta meternos en el río de la vida,
prefiriendo sentarnos en la orilla, ver pasar las aguas turbulentas, pero sin
contaminarnos y que nadie nos toque.
Jesús, lejos de alejarnos de la comunidad o permanecer pasivos y críticos,
nos atrae a la reunión y unificación; quiere restablecer relaciones hasta con
los más débiles y pecadores, sin culpabilizarles, sino ayudándoles y
aceptándoles como víctimas de tantas situaciones que no pueden controlar. Nadie
se debe quedar excluido de la comunión con él, ni de la escucha de su evangelio
que renueva y reforma la comunidad.
Como cristianos, oyentes de la Palabra, este domingo debemos cuestionar nuestras “reuniones” que realizamos en el nombre de Jesús. La comunidad de Jesús, será lo que seamos nosotros. Si tenemos capacidad de repensar nuestra vida a la luz del evangelio y creernos que juntos podemos ser mejores estamos haciendo camino como seguidores de Jesús. Preguntémonos: si trasmitimos resultados evangélicos ante los indiferentes, descreídos o aquellos que han abandonado la comunidad de Jesús; si nuestra madurez de acogida, corrección fraterna y acompañamiento a los débiles y necesitados es real de cara a construir la comunidad. Pero si el miedo nos paraliza y sigue atando al pasado y sus pesadas cargas, renunciando a la creatividad y frescura del Evangelio, debemos cuestionarnos. Recuerda que la alegría y la esperanza anidan en nosotros, aunque seamos minoría, creyéndonos sal y levadura capaz de fermentar la masa social.
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