Las relaciones humanas están llamadas a
transformarse en espacios vitales armónicos. Imaginemos un ensayo musical, la
diversidad de instrumentos entran en sintonía unos con otros, diferentes
sonidos, unos bajos y otros más altos, todos necesarios al momento de ofrecer
un Gran Concierto. Considero que, así
somos los seres humanos, cada cual con su originilidad, pero todos importantes.
Comprendemos entonces que de la manera que un instrumento es valioso para el
artista, así cada uno de nosotros para Dios. La sabiduría de Jesús, consistió
en descubrir en cada persona el potencial de amor y direccionarla a favor del reino
de vida, al igual que el director de una orquesta con sus instrumentos.
Cada “Evangelio” es como una dulce
sinfonía en la que Jesús enseña a afinar el oído, para distinguir las buenas o
desafinadas composiciones de la vida. Una de estas realidades es la desigualdad
e injusticia que desentona en cualquier espacio donde está presente y bloquea
la vida digna a la que todo ser humano tiene derecho. La Palabra de Dios nos
invita a la corresponsabilidad y coherencia en medio de este concierto desafinado
de naciones que trabajan con prepotencia e individualismo.
Jesús nos invitan a ser portadores de la
“melodía” que es el «perdón»; no un perdón limitado o condicionado.
En la propuesta liberadora de Jesús, no cabe la exclusión de vitales
instrumentos. Por ello, ante la pregunta, «¿cuantas veces tengo que perdonar?»
La respuesta de Jesús es setenta veces siete, es decir, toda la vida.
Para poder asimilar esta actitud
“perdonadora,” Jesús nos recuerda, cómo debe actuar un instrumento musical
afinado del reino de Dios. Los instrumentos desafinados no sólo emiten un
sonido poco armónico, sino que dañan el concierto. Así, actúan muchas personas
que se mueven en el poder político-social incluso religioso. Jesús, enseña que
su reinado se identifica con la escucha, la paciencia, la misericordia y, ante
todo, el perdón.
Advierte de las realidades que atentan
contra ese Gran Concierto que le
cantan a la vida y dignidad de todos y todas. Es el ruido que emiten las
relaciones que gesta el anti-reino. Intenta
opacar la buena música, es como aquel que recibe el perdón pero que no es capaz
de perdonar. De quien ha experimentado la gracia y la misericordia de Dios,
pero no actúa de la misma manera con su prójimo. Los sonidos que emite son violentos
e irritantes. Es la característica del que busca ser perdonado porque cree que
se lo merece y, por tanto, actúa arbitrariamente.
Ante estas actitudes, Jesús reprocha: «¿no debías tú también haber tenido
compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?». Invita a no
dejarnos aturdir y entorpecer por la desarmonía del mundo injusto y egoísta.
Desde esta propuesta somos invitados a
construir el reino del Dios de Jesús, denunciando toda nota que genera
desarmonía, y destruye la esperanza de los que sufren, víctimas de un sistema
opresor que comete fechorías sin piedad, dejando que el orgullo mantenga las
heridas abiertas de sus victimarios. Jesús, quiere que seamos ejecutores de
composiciones armónicas de amor y misericordia. Dios no quiere sacar a nadie de
su Gran Concierto de vida, ni mucho
menos sacar a los desafinados. Jesús, como buen director, espera que se hagan
los correctivos debidos antes de lanzar su última sentencia: lo mismo hará mi padre celestial si cada
cual no perdona de corazón a su hermano.
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