La vida da sorpresas, unas alegres, otras
de incertidumbre, miedo y hasta de desconfianza. El fragmento del Evangelio de
este domingo (Mt 14, 22-33), nos muestra a un Jesús que se retira, no de la
realidad, sino para estar con quien es el núcleo, centro y fundamento de su
vida, su Padre.
Estamos
en un tiempo, donde somos tentados a buscar placeres superfluos, estamos
alegres, mientras otros la pasan mal. Nuestras comodidades y egolatrías no nos
dejan examinar, escuchar o hacer un balance de todo lo que hemos hecho como
humanidad en un contexto de pobreza, injusticia y, más aún, en este tiempo de
pandemia.
Con
lo antes dicho, Mateo nos presenta esta actitud de Jesús, no para huir de la
realidad, o aislarnos y buscar nuestro desierto. Sino, para vivir más
intensamente y sentirnos enviados por Dios, quien es el que nos da la vitalidad
para afrontar la difícil realidad que nos circunda; al igual que Pedro y sus
compañeros, que se van de travesía en medio de las tempestades, de las
sacudidas fuertes de las olas en su barca. Nosotros con mucho trabajo
infructuoso y desconcertante, que se agrava por la injusticia, el hambre, las
guerras en contra de nuestros pueblos, cabe preguntarse si como humanidad
actuáramos con justicia, sin individualismos: ¿tendremos sensación de que nos
hundimos?; ante ello, Jesús sigue contando con nosotros y nos dice: “¡anímense!, soy yo, no teman” (Mt
14, 27).
Es
Jesús el que nos invita a embarcarnos con la plena confianza en Él, aún en medio
de las circunstancias o momentos difíciles no nos deja solos. Somos enviados a
la misión dotados de la gracia de Jesús que se hace presente en la cotidianidad
de nuestras vidas. Nos ayuda a afrontar y apaciguar los vientos que azotan a
nuestros pueblos, es decir, camina sobre el mar de la insolidaridad, nos invita
a ser solidarios, justos y cercanos con quienes más necesitan. Tengamos fe y
caminemos en las tempestades, tengamos confianza que siempre habrá alguien
mostrándonos a Jesús que sube a nuestra barca para quitar nuestros miedos, y poder
decirle: “ciertamente eres el Hijo de
Dios” (Mt 14, 33) quien nos acompaña, extiende su mano, nos agarra y nos
pregunta: “¿por qué has dudado?” (Mt, 14, 31). No miren tanto la
tormenta y las aguas, mírenme a mí y vengan conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos un comentario, queremos escuchar tu opinión