08 agosto, 2020

“Arriesgados y confiados en la Misión”: reflexión dominical 09 de agosto de 2020

      La vida da sorpresas, unas alegres, otras de incertidumbre, miedo y hasta de desconfianza. El fragmento del Evangelio de este domingo (Mt 14, 22-33), nos muestra a un Jesús que se retira, no de la realidad, sino para estar con quien es el núcleo, centro y fundamento de su vida, su Padre.

            Estamos en un tiempo, donde somos tentados a buscar placeres superfluos, estamos alegres, mientras otros la pasan mal. Nuestras comodidades y egolatrías no nos dejan examinar, escuchar o hacer un balance de todo lo que hemos hecho como humanidad en un contexto de pobreza, injusticia y, más aún, en este tiempo de pandemia. 

            Con lo antes dicho, Mateo nos presenta esta actitud de Jesús, no para huir de la realidad, o aislarnos y buscar nuestro desierto. Sino, para vivir más intensamente y sentirnos enviados por Dios, quien es el que nos da la vitalidad para afrontar la difícil realidad que nos circunda; al igual que Pedro y sus compañeros, que se van de travesía en medio de las tempestades, de las sacudidas fuertes de las olas en su barca. Nosotros con mucho trabajo infructuoso y desconcertante, que se agrava por la injusticia, el hambre, las guerras en contra de nuestros pueblos, cabe preguntarse si como humanidad actuáramos con justicia, sin individualismos: ¿tendremos sensación de que nos hundimos?; ante ello, Jesús sigue contando con nosotros y nos dice: “¡anímense!, soy yo, no teman” (Mt 14, 27).

            Es Jesús el que nos invita a embarcarnos con la plena confianza en Él, aún en medio de las circunstancias o momentos difíciles no nos deja solos. Somos enviados a la misión dotados de la gracia de Jesús que se hace presente en la cotidianidad de nuestras vidas. Nos ayuda a afrontar y apaciguar los vientos que azotan a nuestros pueblos, es decir, camina sobre el mar de la insolidaridad, nos invita a ser solidarios, justos y cercanos con quienes más necesitan. Tengamos fe y caminemos en las tempestades, tengamos confianza que siempre habrá alguien mostrándonos a Jesús que sube a nuestra barca para quitar nuestros miedos, y poder decirle: “ciertamente eres el Hijo de Dios” (Mt 14, 33) quien nos acompaña, extiende su mano, nos agarra y nos pregunta: “¿por qué has dudado?” (Mt, 14, 31). No miren tanto la tormenta y las aguas, mírenme a mí y vengan conmigo.


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