Mirando esta perícopa que nos ofrece el evangelista, algo nos llama la
atención y que hemos dicho con discursos bonito, poéticos y conmovedores que,
Jesús nos ama a todos y a nadie rechaza. En este evangelio podríamos decir lo
contrario. Una mujer llama a Jesús y no de cualquier manera, lo reconoce y sabe
que Él puede compadecerse: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”
(V.V.22). Siempre la compasión se le pide a un ser ‘superior’ que tenga dominio
– poder. En este caso, reconoce la mujer que Jesús es superior, al llamarle
“Señor”, expresaban el sentido de su deidad, dominio y poder, y al llamarlo
“Hijo de David”, esta declarando que Él era el Mesías. Y David (traducido del hebreo,
significa: Amado), es decir, Jesús el Hijo Amado de Dios… Acá viene lo curioso,
Jesús no dice nada hasta el momento en que sus discípulos le piden atenderla,
parece que los discípulos no sienten compasión de la mujer, sino enojo por sus
gritos, por eso ruegan a Jesús que la atienda o más bien, que la despida. Es
muy propio del evangelista asemejar este episodio a la huida de la familia de
Jesús (Cfr. Mt 2, 13 - 15) produciendo el aspecto de que Jesús huya de los
adversarios y todo esto tiene más peso en las palabras de Jesús: “Sólo me han
enviado a las ovejas descarriadas de Israel” (V.V.24).
La mujer es insistente
va hacia Jesús y se postra pidiendo: “Señor, socórreme” (V.V25), aunque sabía
que por ser cananea quizá su petición: “Mi hija tiene un demonio muy malo”
(V.V.22), no iba a ser tenida en cuenta. Jesús por fin le responde, parece
subido el tono lo que dice: “No está bien echar a los perros el pan de los
hijos” (V.V.26), repuntando así el límite de su misión solo para Israel. Dicen
los exegetas, que los prosélitos de Israel, es decir, los que no provienen del
árbol familiar de los israelitas, los apodaban: perros. La mujer coge las
palabras de Jesús: «Tienes razón, Señor” (V.V.27), y las recrea en una
parábola, “también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los
amos” (V.V.27); esto da a entender muy bien la parábola que Jesús utilizó (Mt
7,9 -11). La insistencia, la persistencia de la mujer querer y hacerse sentir
Hijo(a) de Dios, esta mujer da un paso sucesivo y decisivo, que lleva a Jesús a
reconocer su fe y que se cumpla lo que ella pide. La mujer concientiza a Jesús
de la universalidad de “la misión para todos, incluyendo los paganos; su
arraigo judeo-cristiano no lo lleva a encerrarse en la colectividad nacional de
donde ha salido, sino a abrirse a la comunidad universal” (Jean Zumstein).
El tema del evangelio
es la insistencia, Jesús pasa por nuestras vidas de una forma suave como: una
brisa -un sereno- y somos nosotros quienes tenemos que reconocerlo y pedir con
instancia, como esta mujer cananea que, frente a una necesidad clama y suplica
a Jesús: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David” (V.V.22), primero, pide a
Jesús que descubra su dolor profundo-interno que es incomprensible para los
ojos humanos. Luego, la mujer pide por su hija: “mi hija tiene un demonio muy
malo… socórreme, señor”, Jesús reconoce el dolor de la mujer, igual hoy Jesús
reconoce el dolor de la humanidad que clama y pide el cese de la pandemia; a
diferencia de la mujer que tiene fe y cree que Jesús la puede curar, hoy Jesús
pide qué reconozcamos también los gritos y clamor de la madre tierra que se
desgarra en medio de tanto dolor y tanta indiferencia de nuestra parte.
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