30 agosto, 2020

¿A QUÉ JESÚS SEGUIMOS? Mateo 16, 21-27

 


“¿De qué le sirve a uno ganar

el mundo entero, si pierde su vida?”

            El texto del Evangelio del XXII domingo del tiempo ordinario nos invita a reflexionar, a modo de exigencia discipular, el seguimiento de Jesús que estamos haciendo en este tiempo. El fragmento de San Mateo, que nos propone la liturgia de la Palabra de hoy, es muy rico para repensar nuestra misión, nuestra vida pastoral y, sobre todo, nuestra vida personal.

            Viene a mi memoria una pregunta que nos hacían en el Noviciado -una experiencia de arraigo vocacional en la congregación Claretiana, 2017-, ¿a qué Jesús seguimos? Es una interrogante que, de fondo, está presente a lo largo de este pasaje. Jesús expresa a sus discípulos por primera vez que debe padecer y resucitar en Jerusalén en manos de los sumos sacerdotes y escribas; una verdad inconcebible por Pedro, y en él los demás discípulos. Me atrevo a decir que en nosotros también.

             Una verdad insólita, el anuncio su muerte, que de su viva voz nos pone en tela de juicio qué tipo de Mesías es. Por si no comprendimos en el relato de su nacimiento cómo es el verdadero Mesías enviado del Padre, aquí es el momento de que lo comprendamos; tendrá que sufrir y morir, pero también resucitar[1]. Jesús, no tiene escrúpulos en decir la verdad de su destino, pues sabe cuál es. Cualquier personaje bíblico, sobre todo los profetas, saben que denunciar ante los poderosos lo que no está bien, su futuro próximo es el sufrimiento de la persecución y la muerte segura. Pero, como seguidores de Jesús nos cuesta entender al Maestro, al igual que Pedro, nuestra mentalidad de eternizarnos cuando sabemos que vamos a morir, no aceptamos a un Mesías fracasado y muerto en manos de las autoridades judías y romanas.

            El Pedro del Evangelio del domingo pasado que proclamaba a Jesús: “tú eres el Hijo de Dios, el Mesías”[2], ahora se niega a confesar a un Mesías que ha dicho que morirá y ya no es piedra de cimiento de la Iglesia, sino, piedra de tropiezo. Por eso, Jesús le dice ante su negativa: “apártate de mí satanás”[3], es una expresión muy fuerte la del Maestro. Es la exhortación amante del que ve las injusticias, las denuncia y es capaz de exponerse para dar la vida por su Padre y el pueblo de su creación. Nosotros, al igual que Pedro, no creemos en el Siervo sufriente (Is 41, 1) que había sido anunciado; aún creemos y actuamos de acuerdo a un Jesús Rey, a la manera de este mundo como monarca, corona, cetro de oro y autoritario. El Jesús que seguimos hoy es más de ritos y de prácticas cultuales vacías, un tanto divinizadas y espiritualizadas fuera de la realidad, en el éter; pero Jesús, hoy nos amonesta.

            ¿A qué Jesús seguimos? La respuesta deviene en el mismo texto de hoy, “el que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga”[4]; tenemos que reconocer que, en nuestra ekklêsía, somos piedras buenas como Pedro, con muchas virtudes, pero también piedras de tropiezo y la misión de Jesús no se lleva a cabo según la voluntad de Dios. Solo cuando nos comprometemos con la causa de Jesús, los pobres, marginados, olvidados de la historia, etc., podremos ganar la vida perdiéndola en el servicio oblato a los demás, siempre en actitud de projimidad. “¿De qué le sirve a uno ganar todo el mundo si se pierde así mismo, su vida?[5] De nada y para ello, aceptemos primero al Mesías sufriente en los que hoy sufren, en los que mueren a causa de las injusticias sociales que hoy la pandemia ha puesto, aún más, en evidencia. Cristo vive entre nosotros, ¡más en la calle que en los templos que hoy se reabren en El Salvador!, donde están los marginados y contagiados de Covid, allí está el Siervo sufriente; a ese Jesús, hermanos y hermanas, es al que tenemos que seguir y el premio de ganar la vida nos lo dará a cada uno según nuestras obras hechas aquí y mereceremos según nuestra autenticidad y transparencia discipular.  



[1] Cfr. Mt 16, 21. La Biblia de Nuestro Pueblo, Schökel Luis A. (2012).

[2] Cfr. Ibid. Mt 16, 16.

[3] Cfr. Ibid. Mt 16, 23.

[4] Cfr. Ibid. Mt 16, 24.

[5] Cfr. Ibid. Mt 16, 26.


22 agosto, 2020

¿Saber es conocer?: Mt 16, 13-20



“El Espíritu Santo te hace entrar cada vez más

 en el corazón de Cristo para que te llenes

 siempre más de su amor, de su luz y de su fuerza”

(Christus Vivit § 130). 

Jesús nos pide hoy dar un paso significativo en el seguimiento, que consiste en pasar de la superficialidad a la profundidad. A partir de la profundización de estas preguntas: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

Es importante darnos cuenta, que, mientras avanzamos en la vida escuchamos, estudiamos, incluso repetimos afirmaciones de autores o profesores. Hoy Jesús nos pone frente a nosotros mismos, «tú» ¿quién dices que soy yo? El peligro es repetir lo que otros dicen, sin darnos la oportunidad de experimentar la fuerza transformadora del Maestro, o peor aún, conformarnos con manejar conceptos, teorías distantes de la práctica.

En esta era digital, con un solo clic, la internet nos saca de muchos apuros, pero esto se reduce a un simple saber intelectual. Te invito que hoy visites, www._tú_corazón, tú vida, tus causas, aquello por lo que luchas, por lo que eres capaz de dejar todo. Pedro, respondió certeramente, no por ser hombre o el mejor, sino porque se deja inspirar por la sabiduría divina. Como cristianos no debemos descuidar la vida interior, el cultivo de una espiritualidad sana, encarnada, que nos permita reconocer a Dios en la historia. Dejemos que Dios llene nuestra vida, nos tome de la mano y nos introduzca en la comunidad evangelizadora.   

Cuando se ha logrado cierta madurez espiritual, como Pedro -la primera piedra, no la única-, Jesús le confía la misión de acompañar la comunidad, de caminar con otros y otras. No es un privilegio, es un servicio, una responsabilidad, que se debe ejercer con humildad. Debemos desterrar todo indicio de autoritarismo, o abuso de poder, ya que toda persona está llamada a trabajar en este proyecto del Reino. Por ello, escuchar al Espíritu, es una experiencia cíclica, al darte cuenta que te alejas de la causa de Cristo: ¡detente, revisa e intégrate al camino!   

En este proceso, que muchas veces se torna difícil, María de Nazaret, hace camino junto a nosotros. La mujer que se dispone a la acción del Espíritu, en Ella Dios muestra su lógica, de optar por lo pequeño, aquello que no tiene valor ante las estructuras humanas, Dios la hace partícipe activa de la historia de salvación. Si alguien llegó a conocer a Jesús, es su Madre, quien renuncia a sí misma, para convertirse en verdadera discípula. ¡Dios nos bendiga a todos!

 


14 agosto, 2020

Reflexión dominical: Jesús va entendiendo que su misión es para todos (Mt 15, 21- 28)


Mirando esta perícopa que nos ofrece el evangelista, algo nos llama la atención y que hemos dicho con discursos bonito, poéticos y conmovedores que, Jesús nos ama a todos y a nadie rechaza. En este evangelio podríamos decir lo contrario. Una mujer llama a Jesús y no de cualquier manera, lo reconoce y sabe que Él puede compadecerse: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David” (V.V.22). Siempre la compasión se le pide a un ser ‘superior’ que tenga dominio – poder. En este caso, reconoce la mujer que Jesús es superior, al llamarle “Señor”, expresaban el sentido de su deidad, dominio y poder, y al llamarlo “Hijo de David”, esta declarando que Él era el Mesías. Y David (traducido del hebreo, significa: Amado), es decir, Jesús el Hijo Amado de Dios… Acá viene lo curioso, Jesús no dice nada hasta el momento en que sus discípulos le piden atenderla, parece que los discípulos no sienten compasión de la mujer, sino enojo por sus gritos, por eso ruegan a Jesús que la atienda o más bien, que la despida. Es muy propio del evangelista asemejar este episodio a la huida de la familia de Jesús (Cfr. Mt 2, 13 - 15) produciendo el aspecto de que Jesús huya de los adversarios y todo esto tiene más peso en las palabras de Jesús: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel” (V.V.24).

            La mujer es insistente va hacia Jesús y se postra pidiendo: “Señor, socórreme” (V.V25), aunque sabía que por ser cananea quizá su petición: “Mi hija tiene un demonio muy malo” (V.V.22), no iba a ser tenida en cuenta. Jesús por fin le responde, parece subido el tono lo que dice: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos” (V.V.26), repuntando así el límite de su misión solo para Israel. Dicen los exegetas, que los prosélitos de Israel, es decir, los que no provienen del árbol familiar de los israelitas, los apodaban: perros. La mujer coge las palabras de Jesús: «Tienes razón, Señor” (V.V.27), y las recrea en una parábola, “también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos” (V.V.27); esto da a entender muy bien la parábola que Jesús utilizó (Mt 7,9 -11). La insistencia, la persistencia de la mujer querer y hacerse sentir Hijo(a) de Dios, esta mujer da un paso sucesivo y decisivo, que lleva a Jesús a reconocer su fe y que se cumpla lo que ella pide. La mujer concientiza a Jesús de la universalidad de “la misión para todos, incluyendo los paganos; su arraigo judeo-cristiano no lo lleva a encerrarse en la colectividad nacional de donde ha salido, sino a abrirse a la comunidad universal” (Jean Zumstein).

            El tema del evangelio es la insistencia, Jesús pasa por nuestras vidas de una forma suave como: una brisa -un sereno- y somos nosotros quienes tenemos que reconocerlo y pedir con instancia, como esta mujer cananea que, frente a una necesidad clama y suplica a Jesús: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David” (V.V.22), primero, pide a Jesús que descubra su dolor profundo-interno que es incomprensible para los ojos humanos. Luego, la mujer pide por su hija: “mi hija tiene un demonio muy malo… socórreme, señor”, Jesús reconoce el dolor de la mujer, igual hoy Jesús reconoce el dolor de la humanidad que clama y pide el cese de la pandemia; a diferencia de la mujer que tiene fe y cree que Jesús la puede curar, hoy Jesús pide qué reconozcamos también los gritos y clamor de la madre tierra que se desgarra en medio de tanto dolor y tanta indiferencia de nuestra parte.


08 agosto, 2020

“Arriesgados y confiados en la Misión”: reflexión dominical 09 de agosto de 2020

      La vida da sorpresas, unas alegres, otras de incertidumbre, miedo y hasta de desconfianza. El fragmento del Evangelio de este domingo (Mt 14, 22-33), nos muestra a un Jesús que se retira, no de la realidad, sino para estar con quien es el núcleo, centro y fundamento de su vida, su Padre.

            Estamos en un tiempo, donde somos tentados a buscar placeres superfluos, estamos alegres, mientras otros la pasan mal. Nuestras comodidades y egolatrías no nos dejan examinar, escuchar o hacer un balance de todo lo que hemos hecho como humanidad en un contexto de pobreza, injusticia y, más aún, en este tiempo de pandemia. 

            Con lo antes dicho, Mateo nos presenta esta actitud de Jesús, no para huir de la realidad, o aislarnos y buscar nuestro desierto. Sino, para vivir más intensamente y sentirnos enviados por Dios, quien es el que nos da la vitalidad para afrontar la difícil realidad que nos circunda; al igual que Pedro y sus compañeros, que se van de travesía en medio de las tempestades, de las sacudidas fuertes de las olas en su barca. Nosotros con mucho trabajo infructuoso y desconcertante, que se agrava por la injusticia, el hambre, las guerras en contra de nuestros pueblos, cabe preguntarse si como humanidad actuáramos con justicia, sin individualismos: ¿tendremos sensación de que nos hundimos?; ante ello, Jesús sigue contando con nosotros y nos dice: “¡anímense!, soy yo, no teman” (Mt 14, 27).

            Es Jesús el que nos invita a embarcarnos con la plena confianza en Él, aún en medio de las circunstancias o momentos difíciles no nos deja solos. Somos enviados a la misión dotados de la gracia de Jesús que se hace presente en la cotidianidad de nuestras vidas. Nos ayuda a afrontar y apaciguar los vientos que azotan a nuestros pueblos, es decir, camina sobre el mar de la insolidaridad, nos invita a ser solidarios, justos y cercanos con quienes más necesitan. Tengamos fe y caminemos en las tempestades, tengamos confianza que siempre habrá alguien mostrándonos a Jesús que sube a nuestra barca para quitar nuestros miedos, y poder decirle: “ciertamente eres el Hijo de Dios” (Mt 14, 33) quien nos acompaña, extiende su mano, nos agarra y nos pregunta: “¿por qué has dudado?” (Mt, 14, 31). No miren tanto la tormenta y las aguas, mírenme a mí y vengan conmigo.


06 agosto, 2020

Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo

 

El país de San Romero de América «El Salvador», pueblo trabajador y generoso, abonado con sangre martirial, por muchos hermanos nuestros, ¡está de fiesta!

En medio de una pandemia mundial, cada salvadoreño y salvadoreña, levanta la cabeza, alza vuelo, y busca como ganarse la vida, para llevar a su hogar un bocado de comida y alimentar a su familia. Hay otros problemas que este pueblo enfrenta, a la sombra de la emergencia sanitaria, muchos se aprovechan valiéndose de las necesidades de los más vulnerables, llenando al país de incertidumbre, las consecuencias peores se las lleva la población más pobre. Todas estas realidades esperan ser transfiguradas.

Esta fiesta nos recuerda, que, en medio de tantas voces, que no necesariamente se preocupan por el bien común, debemos escuchar la Palabra de Jesús, el Hijo de Dios que vino a liberar al pueblo de la opresión. La Palabra nos impulsa al compromiso con esta realidad tan compleja, como «creyentes, consagrados y consagradas» estamos llamados a ser levadura, capaz de transformar la masa, llamados a ser sal en medio del sin sabor de la vida.

Celebrar la transfiguración de Jesús, es hacer memoria que debemos subir al monte, contactarnos siempre con la fuerza vital en la que vivimos, nos movemos y habitamos, Dios. Igual que los apóstoles que acompañan a Jesús en esta extraordinaria experiencia (cf. Mt 17,1), pero ojo, no debemos quedarnos embelesados con la luminosidad del momento (cf. Mt 17,4). Es una tentación permanente, reducir la experiencia cristiana a los momentos de oración sin más, sin complicarse la vida; Jesús nos invita a bajar, a volver donde está la gente, con y en el pueblo.

Hermanos y hermanas, hay esperanza, los problemas y la pandemia, no tienen la última palabra, aunque debemos sacar todas las lecciones que esta realidad actual nos deja para la vida y, hacerle frente con más fuerza y claridad. Dejémonos llenar por el Espíritu del transfigurado y con su Palabra encarnada en nuestras vidas, emprendamos la misión, que aún queda mucho trabajo por hacer.

Dios acoja en su paz a todas las personas que han fallecido a causa del Covid-19, nos unimos en oración a sus familiares, para que puedan mantenerse fuertes, con esperanza y la confianza puesta siempre en Dios.

Por una vida digna y en abundancia, ¡FELICES FIESTAS EL SALVADOR!

Josué Edilberto Lemus Cruz, cmf.

06 de agosto de 2020

01 agosto, 2020

Reflexión del Evangelio: Mateo 14, 13-21

           Domingo XVIII del tiempo ordinario. Propone reflexionar a partir del Evangelio de Mateo 14, 13-21, que a grandes rasgos nos dice que Jesús alimenta a cinco mil personas y todas comen hasta saciarse.

            En primer momento, Jesús se “dirige a un lugar apartado y solitario”,[1] se ha enterado de la muerte de Juan el Bautista; podemos intuir que se aparta para orar, para encontrarse con su Padre. Esto no le es posible porque la gente espera algo de Él, le buscan porque le necesitan; entonces, “Jesús se compadece y cura a los enfermos”.[2] La generosidad de Jesús es parte de su reinado, no es indiferente ante el dolor humano.

            En nuestra sociedad hay muchas personas que pasan tanta hambre y necesitan ser saciados. Pasan hambre porque los poderosos les quitan el pan a quienes más lo necesitan y, lo quitan no para comérselo ellos, sino para almacenarlo y cuando no sirva tirarlo. En el Evangelio, los discípulos quieren resolver este problema del hambre por la vía más fácil y cómoda, ¡comprándolo! Jesús les dice: “no hace falta, denles ustedes de comer”,[3] quiere despertar en los discípulos la sensibilidad y fragilidad humana, sin límites. Todos se disponen a dar cuanto tienen, lo comparten, aunque sea poco: “no tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados”.[4]

            Jesús es capaz de hacer el milagro del compartir, el darse a los demás, se entrega sin reservas. Su compasión le hace donarse en una población concreta, en la historia de un pueblo y sus necesidades. Dios nos alimenta, pero nos pide y manda a que también alimentemos quienes más necesiten el pan. El milagro no es la abundancia, sino la capacidad del compartir, la solidaridad con los que no tienen nada, el donarse sin reservas ni condiciones. Como discípulos y discípulas de Jesús, se nos propone desprendernos de aquellos que tenemos para nosotros mismos y aprender a compartirlo, porque eso poco que tenemos, Jesús lo sabrá multiplicar y no nos faltará nada; mejor aún, todos comeremos por igual y hasta sobrará.

            No importa si es poco o mucho lo que tenemos, en cualquier ámbito de la vida, importa que todo lo pongamos a disposición para que todo lo que tenemos y poseemos se vuelva sacramento de compartición. La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. Por eso, es que Jesús está en la realidad y se compromete con la gente, donándose por completo y nosotros lo hagamos como sus seguidores.



[1] Cfr. Mt 14, 13.

[2] Cfr. Mt 14, 14.

[3] Cfr. Mt 14, 16.

[4] Cfr. Mt 14, 17-18.