05 abril, 2020

EN TIEMPO DE CORONA VIRUS “COVID-19”: DOMINGO DE RAMOS

“Dios mío, Dios Mío,
¿por qué me has abandonado?”.[1]

 Bismark Sánchez, cmf., nicaragüense de 26 años de edad.
profeso de la Congregación Misioneros
 Hijos del Inmaculado Corazón de María,
IV año de Teología.

E. Bismark Sánchez Córdoba, cmf

La liturgia de este Domingo, nos hace profundizar en la entrada procesional de Jesús hacia Jerusalén, montado en un burrito (Mt 21,1-11), que fue acompañada por un sinnúmero de gente sencilla, “algunos cortaban ramas de los árboles y las tendían a su paso. Los que le seguían gritaban, incluso de sus propios discípulos: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21,8-9). Además, a esta celebración, se suma el relato de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo (Mt 26,14-27.66), en donde le acompañan Judas, el que lo iba a entregar, Pedro que lo niega tres veces, aunque él lo niega que no lo va a hacer, “aunque tenga que morir contigo, no te negaré” (Mt 26,35), Pilato que hace la función de procurador, los sumos sacerdotes que piden que lo crucifiquen.
Me gustaría detenerme en cada versículo que nos presentan estos dos relatos, porque están cargados de signos, símbolos proféticos, mística, miedo, sueño, sentido de oración profunda y constante, pero, esto requiere hacer una lectura más minuciosa de los textos. Luego, que estos textos nos comprometen con un verdadero seguimiento a Jesús, que no es algo teórico o abstracto. El compromiso es seguir sus pasos, con el fin de humanizar la vida, y contribuir a que poco a poco, se vaya haciendo realidad el proyecto del reino de Dios y su justicia entre nosotros.
Frente a una realidad, llena de pobreza, dolor, angustia, torturas, contagios de pandemia, el seguimiento a Jesús pone en camino a cada cristiano, lo introduce en el mundo de la justicia, a reclamar compasión donde hay indiferencia y sembrar la semilla de la esperanza ante los que sufren. ¡Menos pánico! En tiempos en que la vida la vemos oscura, somos llamados a ser hombres y mujeres de bien, a solidarizarnos con los sufrientes. Esto exige construir comunidades donde se viva con el proyecto de Jesús, con su espíritu y sus actitudes.
Seguir así a Jesús trae consigo, tarde o temprano, conflictos, problemas y sufrimiento. Pero la finalidad de nuestra misión, es transportar a los feligreses a la contemplación del misterio de la muerte, hacer que la vida florezca, haya esperanza. Conviene cultivar espacios de silencio como los que tuvo Jesús a solas.
Pensemos en el silencio de tantas personas que están en los hospitales cumpliendo cuarentena, que su silencio sea el grito de Jesús, que clama al Padre el maltrato que reciben cuando no tienen las mejores condiciones para ser asistidos, pensemos en las familias que están sin ningún centavo para comprarse alimento, medicina, pensemos en los migrantes que en este tiempo de pandemia, y porque no los dejan pasar en las fronteras, se ven obligados a retornar a sus casas, con las manos vacías, con el sueño apagado, pensemos en el grito de la Amazonía que por irresponsabilidad de la humanidad hoy está gimiendo dolores como de parto, así tantas otras realidades que nos interpelan. No dejemos de orar, y en la medida de lo posible seamos asistentes del dolor. No seres indiferentes como Pedro que queriendo pasarse de bueno, lo niega tres veces, los demás discípulos huyeron de la realidad que vivía Jesús, las amigas estaban solo de espectadoras ante el sufrimiento, los que pasaban cerca de la cruz lo insultaban.
Este camino hacia la cruz no es nada fácil, pero en medio del abandono y la oscuridad hay que caminar, hay que dar ese grito fuerte de libertad, justicia, y dignidad, tal como Jesús lo expresó desde la cruz. Con la resurrección de Jesús, el Padre anuncia al mundo la Nueva vida. Que al final de nuestra vida, expresemos de viva voz, la identidad de Jesús, así como el pagano: “Realmente éste era Hijo de Dios” (Mt 27,54).
El relato de la Pasión nos muestra a Jesús que entra en la muerte rezando, expresando el abandono de quienes lo seguían. Seguir a Jesús es una tarea apasionante: es difícil imaginar una vida más digna y noble, pero es más difícil cuando hacemos de nuestra vida un acomodamiento sin importar las necesidades de los demás. Para seguir a Jesús, es importante desconectarse del teléfono, apegos viciosos, “hacer”, hacer un mundo más justo y más humano; hacer una Iglesia más apegada a Jesús y más coherente con el evangelio.
En la vida de Jesús, le marcó tanto, la falta de trabajo digno para todos, la falta de amor con quienes se relacionaba. Se acercó a los últimos y se hizo uno de ellos. También él viviría sin familia, sin techo y sin trabajo. Curó a los que encontró enfermos, abrazó a sus hijos, tocó a los que nadie tocaba, se sentó a la mesa con ellos y a todos les devolvió la dignidad. Para los poderosos de su tiempo, se convirtió en el hombre más peligroso, por eso, había que eliminarlo, ejecutarlo, y como no decirlo, llevarlo a la muerte en cruz. Un hombre así siempre es una amenaza en una sociedad que ignora a los últimos. Pero hace falta que surjan este tipo de profetas, sin olvidar a los que nos han precedido, como son: San Romero, Mons. Gerardi, P. Rutilio y compañeros, Catequistas, Delegados de la Palabra, entre otros.
Por último, quiero decir que, en el grito de ese hombre deshonrado, torturado y ejecutado, pero abierto a todos sin excluir a nadie, está la verdad última de la vida. En el amor impotente de ese crucificado está Dios mismo, identificado con todos los que sufren y gritando contra las injusticias, abusos y torturas de todos los tiempos. Para creer en este Dios, es necesario, tener compasión.

[1] Schökel, Luis A., La Biblia de Nuestro Pueblo. Ediciones mensajeros, Bilbao, España, 11ª edición, 2010, (Salmo 21).

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