“Dios mío, Dios Mío,
¿por qué me has abandonado?”.[1]
E. Bismark Sánchez Córdoba, cmf
La liturgia de este Domingo, nos hace profundizar en la
entrada procesional de Jesús hacia Jerusalén, montado en un burrito (Mt 21,1-11),
que fue acompañada por un sinnúmero de gente sencilla, “algunos cortaban ramas
de los árboles y las tendían a su paso. Los que le seguían gritaban, incluso de
sus propios discípulos: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en
nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21,8-9). Además, a esta
celebración, se suma el relato de la Pasión, Muerte y Resurrección de
Jesucristo (Mt 26,14-27.66), en donde le acompañan Judas, el que lo iba a
entregar, Pedro que lo niega tres veces, aunque él lo niega que no lo va a
hacer, “aunque tenga que morir contigo, no te negaré” (Mt 26,35), Pilato que
hace la función de procurador, los sumos sacerdotes que piden que lo
crucifiquen.
Me gustaría detenerme en cada versículo que nos presentan
estos dos relatos, porque están cargados de signos, símbolos proféticos,
mística, miedo, sueño, sentido de oración profunda y constante, pero, esto
requiere hacer una lectura más minuciosa de los textos. Luego, que estos textos
nos comprometen con un verdadero seguimiento a Jesús, que no es algo teórico o
abstracto. El compromiso es seguir sus pasos, con el fin de humanizar la vida, y
contribuir a que poco a poco, se vaya haciendo realidad el proyecto del reino
de Dios y su justicia entre nosotros.
Frente a una realidad, llena de pobreza, dolor, angustia,
torturas, contagios de pandemia, el seguimiento a Jesús pone en camino a cada cristiano,
lo introduce en el mundo de la justicia, a reclamar compasión donde hay
indiferencia y sembrar la semilla de la esperanza ante los que sufren. ¡Menos
pánico! En tiempos en que la vida la vemos oscura, somos llamados a ser hombres
y mujeres de bien, a solidarizarnos con los sufrientes. Esto exige construir
comunidades donde se viva con el proyecto de Jesús, con su espíritu y sus
actitudes.
Seguir así a Jesús trae consigo, tarde o temprano,
conflictos, problemas y sufrimiento. Pero la finalidad de nuestra misión, es
transportar a los feligreses a la contemplación del misterio de la muerte,
hacer que la vida florezca, haya esperanza. Conviene cultivar espacios de
silencio como los que tuvo Jesús a solas.
Pensemos en el silencio de tantas personas que están en
los hospitales cumpliendo cuarentena, que su silencio sea el grito de Jesús,
que clama al Padre el maltrato que reciben cuando no tienen las mejores
condiciones para ser asistidos, pensemos en las familias que están sin ningún
centavo para comprarse alimento, medicina, pensemos en los migrantes que en
este tiempo de pandemia, y porque no los dejan pasar en las fronteras, se ven
obligados a retornar a sus casas, con las manos vacías, con el sueño apagado,
pensemos en el grito de la Amazonía que por irresponsabilidad de la humanidad
hoy está gimiendo dolores como de parto, así tantas otras realidades que nos
interpelan. No dejemos de orar, y en la medida de lo posible seamos asistentes
del dolor. No seres indiferentes como Pedro que queriendo pasarse de bueno, lo
niega tres veces, los demás discípulos huyeron de la realidad que vivía Jesús,
las amigas estaban solo de espectadoras ante el sufrimiento, los que pasaban
cerca de la cruz lo insultaban.
Este camino hacia la cruz no es nada fácil, pero en medio
del abandono y la oscuridad hay que caminar, hay que dar ese grito fuerte de libertad,
justicia, y dignidad, tal como Jesús lo expresó desde la cruz. Con la
resurrección de Jesús, el Padre anuncia al mundo la Nueva vida. Que al final de
nuestra vida, expresemos de viva voz, la identidad de Jesús, así como el
pagano: “Realmente éste era Hijo de Dios” (Mt 27,54).
El relato de la Pasión nos muestra a Jesús que entra en
la muerte rezando, expresando el abandono de quienes lo seguían. Seguir a Jesús
es una tarea apasionante: es difícil imaginar una vida más digna y noble, pero
es más difícil cuando hacemos de nuestra vida un acomodamiento sin importar las
necesidades de los demás. Para seguir a Jesús, es importante desconectarse del
teléfono, apegos viciosos, “hacer”, hacer un mundo más justo y más humano;
hacer una Iglesia más apegada a Jesús y más coherente con el evangelio.
En la vida de Jesús, le marcó tanto, la falta de trabajo digno para
todos, la falta de amor con quienes se relacionaba. Se
acercó a los últimos y se hizo uno de ellos. También él viviría sin familia,
sin techo y sin trabajo. Curó a los que encontró enfermos, abrazó a sus hijos,
tocó a los que nadie tocaba, se sentó a la mesa con ellos y a todos les
devolvió la dignidad. Para los poderosos de su tiempo, se convirtió en el
hombre más peligroso, por eso, había que eliminarlo, ejecutarlo, y como no
decirlo, llevarlo a la muerte en cruz. Un hombre así siempre es una amenaza en
una sociedad que ignora a los últimos. Pero hace falta que surjan este tipo de
profetas, sin olvidar a los que nos han precedido, como son: San Romero, Mons.
Gerardi, P. Rutilio y compañeros, Catequistas, Delegados de la Palabra, entre
otros.
Por último, quiero decir que, en el grito de ese hombre
deshonrado, torturado y ejecutado, pero abierto a todos sin excluir a nadie,
está la verdad última de la vida. En el amor impotente de ese crucificado está
Dios mismo, identificado con todos los que sufren y gritando contra las
injusticias, abusos y torturas de todos los tiempos. Para creer en este Dios,
es necesario, tener compasión.
[1] Schökel, Luis A., La Biblia de Nuestro Pueblo. Ediciones mensajeros, Bilbao, España, 11ª edición, 2010, (Salmo 21).
[1] Schökel, Luis A., La Biblia de Nuestro Pueblo. Ediciones mensajeros, Bilbao, España, 11ª edición, 2010, (Salmo 21).
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