![]() |
Fabio A. Rivas G., cmf., nicaragüense de 26 años de edad Es profeso de la Congregación Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, II año de Teología. |
E. Fabio A. Rivas G., cmf.
En el día de pentecostés
los discípulos del Señor sintieron su presencia, todo por manifestación de su
Espíritu. Es lo que hoy leemos en los textos de la liturgia de la Palabra de
este domingo; una verdadera experiencia entorno a la órbita novedad de la Ruah
-en hebreo, es el soplo que posibilita la existencia, la
base de todo lo que vive, es un término femenino, "la Espíritu"-, el Espíritu
del Señor que sopla sobre sus discípulos para capacitarlos y animarlos a ser sus
testigos.
En este contexto desolador
y sin rumbo en el que vivimos hoy, el pentecostés debemos vivirlo de una manera
más presentista, pues, muchos no sabemos qué hacer y cómo interpretar los
signos que últimamente se nos presentan. En los hechos de los apóstoles se nos
narra cómo estaban todos reunidos -los discípulos temerosos de Jesús y su
Madre, María- en el cenáculo; es en esa realidad de estar sin cause, sin rumbo,
solo orar como comunidad amparándose en una mujer, María, que claro está fue la
única que, desde su llenura del Espíritu en la Encarnación del Hijo, nunca se
fue de ella. Es ella la que representa la plenitud de los dones del Espíritu, en
ella Dios hizo y sigue haciendo grandes proezas; no está en el texto de los Hechos
como relleno histórico. Es en ella que podemos ver la presencia de Dios como la
fiel y magnánime discípula, que, a decir verdad, no alardeó siempre estuvo con Él
y en su Inmaculado Corazón todo lo guardó.
En ese pentecostés todos
hablaban diferentes leguas, y como fuego el Espíritu del Señor se manifestó en los
doce y en María. A partir de ese momento histórico la Iglesia se re-funda, con
ánimo, fuego, esperanza y capacitación de los enviados; así fue y, hoy quiere
serlo en nuestras familias en estos tiempos desoladores y desconcertantes. Al
terminar la pandemia, tenemos que volver con un nuevo impulso misionero a ir
donde el Señor nos envíe, aunque desde ya vos y yo estamos llamados, por el bautismo,
a evangelizar por todos los medios posibles que hagan efectivo el Reino de Dios
como espora que renace donde todo parece confusión y desierto.
Por último, recordemos los
dones y los frutos que solo da el Espíritu Santo; no somos garantes de la
misión del Maestro por nuestros méritos, es Él quien nos capacita para ser
enviados. Hermanos y hermanas, que hoy Jesús sople sobre nosotros nuevamente y
nos regale su paz y su Espíritu para que seamos capaces de hacer la voluntad
del Padre en este momento de la historia, un nuevo Kairós nos espera, es
el tiempo de Dios que nos hace renovarnos para dejarnos amar por Él, dejarnos
abrasar por su amor y fuego y, sobre todo, dejarnos capacitar en su misterios esperanzador
teniendo sus sentimientos, sus intenciones, sus miradas y sus dones; todo para
la mayor gloria de Dios y el bien de las almas. ¡Envíanos tu espíritu Señor y
haremos nueva tu misión!