21 noviembre, 2020

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo: Mateo 25, 31-46

 “Lo que hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí” (Mt 25, 40).

Con esta fiesta de Cristo Rey del universo, estamos finalizando el año litúrgico y nos preparamos para empezar el adviento. Las lecturas de este día nos invitan revisar nuestra vida, y preguntarnos, cuánto bien hemos hecho por medio del Evangelio que este año se nos ha regalado. Dios no condena a nadie, el evangelista quiere que sepamos distinguir lo bueno de lo malo y nos apartemos de ello.

Estamos viviendo una pandemia, mucha gente lo ha perdido todo por el paso de huracanes por nuestros países de Centroamérica. Ante ello, la Palabra nos interpela e invita a revisarnos, qué tan prójimos hemos sido para con estos que lo han perdido todo, pero no solo estos sino con todos aquellos que en la sociedad no tienen un lugar. No es que queramos ganarnos a Dios dando a los demás, sino ser signos de justicia compartiendo y acogiendo al otro con amor independientemente de ser cristiano o no.

Es momento de revisar nuestro caminar de cristianos, qué tan coherente hemos sido con todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos para que lo administremos. Se nos invita a discernir como lo hace el pastor, lo mismo que hace el campesino al recoger su cosecha pues escoge los granos buenos de los malos. Entonces, qué cosas buenas hemos aportado a este mundo, saquemos nuestros frutos y presentémoselos al Señor, como signo de gratuidad por confiar en nosotros.

Los justos son aquellos que tienden una mano amiga al hambriento, al sediento, al forastero, al denudo, al enfermo.  Son justos porque al ayudarlos se hacen partícipes de sus luchas denunciando un sistema injusto que les oprime y los descarta. No son justos por ser cristianos o por compartir sin más con el necesitado. Son justos porque no pasan de largo ante su realidad. Que la comodidad y el egoísmo no tengan cabida en nuestros corazones, desechemos toda arrogancia y dispongámonos a ayudar a quienes nos necesitan.

No caigamos en el pecado de omisión, recordemos que “lo que hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí”. Que al final, no terminemos cobrando lo que hemos hecho, sino que sea gesto del amor gratuito que de Dios recibo y lo comparto gratuitamente. Entonces que nuestro distintivo de ser Hijos de Dios sean las buenas obras para con nuestros hermanos y hermanas que nos necesitan. 

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