29 noviembre, 2020

No hay Dios como nuestro Padre: Mc 13, 33-37

“Señor, tu eres nuestro Padre;

nosotros somos barro y tú el alfarero;

todos somos hechura de tus manos”

(Is 64, 7).

El adviento es el tiempo litúrgico que nos ofrece la Iglesia para reavivar la esperanza, que pudo verse opacada este año por las situaciones dolorosas, extrañas e inexplicables que han acontecido. Es el tiempo de prepararnos para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Popularmente dijéramos para celebrar el cumpleaños de Jesús de Nazaret, debemos limpiar la casa, corazón (evaluar nuestra vida) y adornarla con las virtudes más necesarias en la vida del cristiano.

No es que nuestras obras nos hagan ganar, o perder gracia, no debemos entenderlas así, las obras son el fruto de la gracia de Dios Padre sembrada en el corazón, y nuestro agradecimiento se muestra en el mandamiento del amor concretizado en nuestra vida. Negarnos a practicarlas con alegría y amor, es negarnos a encontrarnos con Dios, es enterrar el talento recibido, es negarnos a crecer. No olvides que el Padre sale al encuentro de quien practica la justicia y procura una vida digna, no para sí tan solo, sino para todas las criaturas.

En el ocaso de la vida, al igual que en los centros educativos, realizan evaluaciones finales para el cierre de asignaturas (algo que poco gusta). Así, en nuestra vida es justo y necesario evaluar nuestro corazón, preguntarnos seria y sinceramente: ¿cuánto he amado, con cuánto amor me entregué en el servicio de mis prójimos? Esto requiere estar despiertos, en vela porque no sabemos el día ni la hora, vitalizar la esperanza es encarnar el adviento.

Por tanto, este primer domingo de adviento, la invitación es clara, no perdamos el tiempo en cosas superfluas, en aquello que no cultivan la vida humana y espiritual. El llamado es claro y directo, prepara el corazón que el dueño de la casa llegará cuando menos lo esperas y, te pedirá cuentas; preparemos el camino al que viene pronto y viene con el amor y la misericordia por delante.

María es una figura central en este tiempo de esperanza atenta y activa, ella, se dispuso, escuchó la Palabra con su corazón y aceptó darle carne y vida al Verbo eterno del Padre. La Madre camina con nosotros y nos orienta el horizonte, te recuerda a cada momento, no te pierdas, recuerden “hacer lo que él les diga”. Feliz domingo, Todo es presencia y gracia.


21 noviembre, 2020

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo: Mateo 25, 31-46

 “Lo que hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí” (Mt 25, 40).

Con esta fiesta de Cristo Rey del universo, estamos finalizando el año litúrgico y nos preparamos para empezar el adviento. Las lecturas de este día nos invitan revisar nuestra vida, y preguntarnos, cuánto bien hemos hecho por medio del Evangelio que este año se nos ha regalado. Dios no condena a nadie, el evangelista quiere que sepamos distinguir lo bueno de lo malo y nos apartemos de ello.

Estamos viviendo una pandemia, mucha gente lo ha perdido todo por el paso de huracanes por nuestros países de Centroamérica. Ante ello, la Palabra nos interpela e invita a revisarnos, qué tan prójimos hemos sido para con estos que lo han perdido todo, pero no solo estos sino con todos aquellos que en la sociedad no tienen un lugar. No es que queramos ganarnos a Dios dando a los demás, sino ser signos de justicia compartiendo y acogiendo al otro con amor independientemente de ser cristiano o no.

Es momento de revisar nuestro caminar de cristianos, qué tan coherente hemos sido con todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos para que lo administremos. Se nos invita a discernir como lo hace el pastor, lo mismo que hace el campesino al recoger su cosecha pues escoge los granos buenos de los malos. Entonces, qué cosas buenas hemos aportado a este mundo, saquemos nuestros frutos y presentémoselos al Señor, como signo de gratuidad por confiar en nosotros.

Los justos son aquellos que tienden una mano amiga al hambriento, al sediento, al forastero, al denudo, al enfermo.  Son justos porque al ayudarlos se hacen partícipes de sus luchas denunciando un sistema injusto que les oprime y los descarta. No son justos por ser cristianos o por compartir sin más con el necesitado. Son justos porque no pasan de largo ante su realidad. Que la comodidad y el egoísmo no tengan cabida en nuestros corazones, desechemos toda arrogancia y dispongámonos a ayudar a quienes nos necesitan.

No caigamos en el pecado de omisión, recordemos que “lo que hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí”. Que al final, no terminemos cobrando lo que hemos hecho, sino que sea gesto del amor gratuito que de Dios recibo y lo comparto gratuitamente. Entonces que nuestro distintivo de ser Hijos de Dios sean las buenas obras para con nuestros hermanos y hermanas que nos necesitan. 

15 noviembre, 2020

LOS TALENTOS DEL REINO: Mt 25, 14-30

 

Hoy en el Evangelio nos encontramos con otra comparación de Jesús sobre el Reino de Dios, parábola que todos conocemos y que muy a menudo citamos en ciertas ocasiones de nuestra vida cristiana. Un momento propicio para meditar esta Palabra liberadora en este contexto de ciertos temores misioneros por la pandemia y los huracanes y, sobre todo, que nos ayudará para comprender mejor a la luz de la Sagrada Escritura, lo que Dios quiere que hagamos en nuestro derredor.

Los talentos, denarios o millones, términos que encontramos en varias traducciones de nuestra Biblia, hacen referencia a una buena cantidad de dinero o fortuna valiosa. Jesús, valiéndose de este recurso parabólico quiere instruir a sus discípulos en la comprensión del Reino del Padre que ya está presente en el mundo; cosa que muchos piensan que se da una vez partimos de este mundo, el día del juicio final. No, es así. Entonces, ¿cómo podemos entender este Reino en este mundo lleno de injusticias y de tantos desastres naturales? En eso nos vamos inmiscuir con esta breve reflexión.

Un hombre se va de viaje y llama a tres sirvientes y les reparte, según su confianza, los talentos, sus bienes. Mateo, nos describe que al primero le dio tres, al segundo dos y al tercero uno. Cuando vuelve este hombre de su viaje, los llamó y les pidió las respectivas cuentas. El primero multiplicó por tres lo encomendado por su señor, el segundo de igual forma le devolvió el doble y, por esta hazaña, a los dos primeros los alagó y felicitó por su trabajo, esto hizo que se ganaran aún más su confianza. Hasta aquí todo parece ir bien, pero cuando llega al tercero, este se justifica de que no produjo nada por temor a las reprimendas del amo y escondió el denario; el señor se molestó y lo amonestó fuertemente, por su incapacidad de multiplicar lo confiado.

 La moraleja de todo esto radica en que, el amo que es Dios, nos ha confiado sus talentos, sus dones, para que en este Reino que acontece con tantas vicisitudes de la existencia, demos y multipliquemos en medio de la precariedad. Como sirvientes del Señor no podemos tomar la postura del tercer sirviente, que se vuelve perezoso y esconde el denario, el don que Dios le ha dado se lo ha quedado para él solo. Este pasaje evangélico, es una invitación radical a fructificar lo recibido por Dios, más en este contexto donde muchas personas han perdido todo por el huracán; tenemos que ser solidarios multiplicando de lo que tenemos para que cuando rindamos cuanta ante el amo demos según lo recibido por Él. El Reino de Dios lo tenemos que construir nosotros mientras viene el Señor a pedir cuentas de cómo hemos administrado sus bienes.

Ante esta experiencia tenemos dos actitudes con las que debemos de identificarnos, ser precavidos como los dos primeros sirvientes o refugiarnos en la seguridad estéril de la vida, llena de egoísmo como el tercer sirviente del Evangelio de hoy. Hermanos y hermanas, seamos entonces diligentes y atentos mientras estamos en este mundo, que el Reino de Dios lo hagamos posible con acciones concretas de amor, fidelidad, solidaridad, servicio y fraternidad. Solo así podremos fructificar lo recibido. ¡Feliz domingo!


07 noviembre, 2020

EL TIEMPO ES DE DIOS: Mt 25, 1-13

El texto del Evangelio de este XXXII domingo del tiempo ordinario, nos va preparando para el tiempo litúrgico que se aproxima, el adviento. Un pasaje que todos y todas hemos hecho famoso por su mensaje predictivo del Reino de Dios, con la comparación didáctica de las diez jóvenes con sus lámparas y el aceite, cinco prudentes y cinco desentendidas.

Más allá de hacer interpretaciones apocalípticas de este texto, me adentraré a meditarlo desde la experiencia que en él se describe, el Reino de Dios se parece a; este recurso comparativo, utilizado por Jesús, nos pone de manifiesto algo más profundo para la vida discipular y misionera que cada uno, cada una, debe ir gestando desde la interpretación correcta de los signos de los tiempos.

Ahora bien, recordemos la experiencia del pueblo de Israel, que, desde antiguo relacionan a YHVH como el esposo de esta tierra elegida, Dios se desposará con Israel y la hará suya. Una analogía que identifica el sentido de la alianza que esta entidad ha hecho con una nación. No obstante, para los judeocristianos también la figura de Jesús viene a representar esta misma historia, el esposo de la Iglesia y, que llega sin que se den cuenta los poderosos de Israel. Pero, más allá de esta hermenéutica, es necesario entender que el texto hace referencia a un futuro próximo, futuro que puede ser hoy, mañana o pasado, es incierto; pero si algo es seguro es que el esposo de la fiesta llegará en cualquier momento y las jóvenes invitadas debían estar preparadas.

Cinco de las 10 jóvenes que aparecen en el Evangelio de hoy, están preparadas con sus lámparas y los insumos de aceite requerido para mantenerlas encendidas a la espera del novio en la noche; las otras cinco no fueron provisoras, solo contaban con el aceite que cargaba la lámpara, pero no previeron para más noche a la llegada del esposo. Cuando llegó el esposo solo entraron las cinco provisoras y las otras cinco, por ir a buscar aceite, se quedaron excluidas de la fiesta. Esto describe el texto del Evangelio, pero acerquémonos ahora a una posible interpretación.

Vivimos un contexto bien accidentado por la pandemia, el huracán Eta, ciclones de intensas lluvias en el pacífico centroamericano, enfermedades virales, etc., un sin número de escenas que parecieran sacadas del libro del profeta Daniel o el Apocalipsis; incluso, muchos llegan a pensar en el fin de los tiempos. Lo cierto es que, la invitación de este texto es única, estar preparados con los insumos necesarios como las cinco jóvenes prudentes a la espera del esposo; estar listos es la actitud que se nos pide hoy, listos no para una destrucción masiva o algo parecido. Debemos estar listos para ser solidarios, fraternos y serviciales con el esposo que está presente en este reino de injusticia social, nuestra realidad de sufrimiento y dolor; ese Reino que debemos construir con prudencia sabiendo tener el suficiente aceite para ayudar a nuestros hermanos que sufren los embates de estas calamidades del 2020. El Reino de Dios es aquí, en la fiesta del banquete que acontece cuando el esposo llega de improvisto a nuestra vida, nuestra realidad y contexto, en los suburbios de nuestra vida. Por eso, estar atentos es una exigencia discipular, porque no sabemos el día ni la hora en que llegará nuestro juicio final, el día en que me juzguen en el amor, así lo decía nuestro gran amigo, misionero, obispo y profeta Pedro Casaldáliga, cmf, Q.E.D., “al final del camino me dirán: ¿has vivido?, ¿has amado? Y yo, sin decir nada, abriré mi corazón lleno de nombres”.

Que el Señor nos conceda la gracia de vivir con la esperanza siempre puesta en Él, porque siempre es fiel y viene cada vez que hacemos lo que Él nos pide. ¡Feliz domingo!

01 noviembre, 2020

Se quiere nuevos modelos de santidad: Mateo 5, 1-12ª


El texto del Evangelio de hoy es una lectura muy conocida por todos nosotros, ya que trata sobre el Sermón de la montaña o la Bienaventuranzas. Su intención es hacer referencia a todo aquello que posibilita dar señales de la presencia del Reino, aquí y ahora en nuestro tiempo, y lo que nos hace felices para ser buenos cristianos y cristianas que hemos optado por la propuesta de Jesús de Nazaret.

Las primeras cuatro Bienaventuranzas constatan situaciones por las que el Reino irrumpe; en las cuatros últimas los invito que pongamos un poco más de atención, ya que propone actitudes que nosotros sus discípulos y discípulas; misioneros y misioneras, debemos potenciar las bienaventuranzas para poner de manifiesto la presencia del modelo del Reino que Jesús nos ha invitado construir.

Queremos santos y santas que vivan en sintonía con lo que sucede en nuestro entorno, que no deben de renunciar en su forma de vivir, pensar y expresarse de este siglo,  sino que se apoderen de él y desde ahí ser nuevas formas de ser cristianos, nuevas formas de evangelizar y sembrar/encarnar la Palabra de Dios.

Queremos más santos y santas que sean valientes, salgan a las calles y utilicen todos los medios posibles para desarrollar sus vidas como buenos humanos y cristianos. Y veremos que seremos felices cuando seamos injuriados, perseguidos, calumniados y considerados locos, así mismo, como le pasó a Jesús de Nazaret. Resumo mi meditación con el siguiente poema:

Nos faltan héroes

Nos faltan héroes, Señor,
nos faltan héroes…
Que te vean entre los pobres
y nos griten
y los señalen…
¡ES EL SEÑOR!

Nos faltan héroes que te vean
en los que huyen,
en los hambrientos,
y que nos griten que Dios está en los pequeños,
y en los perseguidos,
y en los silenciosos…

Nos faltan héroes, Señor, nos faltan héroes…
que nos animen a salir a la calle
a gritarle al mundo que estás
escondido entre las mantas
de una mujer abandonada…
nos faltan héroes.

Hemos visto a un héroe,
que rezaba de rodillas.
Hemos visto a un héroe
que animaba con la voz a los sin voz.

Hemos visto a un héroe, Señor,
hemos visto a Pedro de rodillas,
hemos visto a un héroe…
que se dejó la vida,
y la oración,
y el corazón
en los más pobres.

(Antonio Ordóñez, sj)