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“La Iglesia es joven cuando es ella misma, cuando recibe la fuerza siempre nueva de la Palabra, de la Eucaristía, de la presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día” (Christus Vivit).
Las
lecturas de hoy están cargadas de un simbolismo acerca de la actividad que
realizan nuestros hermanos campesinos, la «siembra». Con la parábola del
sembrador Jesús habla del proyecto del reino a la muchedumbre. El sembrador
lleva una sola semilla, pero se encuentra con todo tipo de terrenos, esto
condiciona la calidad y cantidad del fruto que se pueda lograr.
Tú
y yo somos el terreno y la semilla es la Palabra de Dios, preguntémonos: ¿cuánto
tiempo tenemos de escuchar la Palabra de Dios? Esto equivale a la siembra de la
semilla en nosotros, en nuestra tierra, en nuestra vida; sería bueno que echemos
un vistazo a nuestro caminar y evaluemos nuestros frutos. Considero que no
somos de un solo terreno, ya que las diferentes situaciones de la vida van
sumando a nuestra tierra, ya sea minerales que nos hacen más fértiles o
químicos que van acabando con la fertilidad de nuestra tierra. De repente
aparecen piedras, o zarzas que solo vienen a sofocar el fruto que la Palabra
hace germinar en nosotros. Pero, esto puede cambiar si nos dejamos ayudar por
la gracia de Dios y ponemos también de nuestra parte.
Permítanme
hacer una analogía con el sistema social actual, él es otro sembrador y trae
muchas semillas que suelen ser apetecibles a la vista, pero son transgénicas, dígase
(consumismo, egoísmo, individualismo, poder, falsa seguridad, entre otras).
Muchas veces nos atraen estas semillas del anti reino, esta es la lucha diaria
del cristiano y, es por eso tan necesario el discernimiento, ya que frente a
nosotros tenemos la Palabra de Dios que nos invita a servir sin buscar
intereses egoístas y están esas otras semillas que nos alejan del camino de
Jesús.
Por
tanto, la Palabra ya está sembrada en ti y en mí, ella contiene en sí misma la
fuerza vital para germinar, pero debemos limpiar el terreno de todo aquello que
no nos deja dar fruto, este trabajo es permanente. Hoy más que nunca, debemos
procurar que en nuestra existencia florezcan frutos de vida y de esperanza para
toda la humanidad, la creación entera espera de nuestro compromiso con la vida,
estamos llamados a ser agentes de cambio.
Le
pedimos a María de Nazaret, que acompañe a la Iglesia en este proceso de
conversión permanente. Ella supo disponer el terreno de su corazón y así
pudiera germinar el Verbo de Dios en medio de su Pueblo (humanidad). No lo
olvides, desde el estado de vida en el que te encuentres, ya sea como soltero, en
matrimonio, vida consagrada, etc., tienes un compromiso con la defensa de la
vida en todas sus formas. ¡Dios nos bendiga a todos!
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