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Eduardo A. Carranza A., cmf., hondureño de 25 años de edad. Es profeso de la Congregación Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, I año de Teología. |
E. Eduardo A. Carranza A., cmf.
Hoy celebramos
la solemnidad del Corpus Christi, la cual nos recuerda la singular importancia
que Jesús daba al comer con otros en torno a una misma mesa. Descubrir las
raíces últimas, culturales y religiosas de este sacramento de la Iglesia, que
se remonta a la última cena de Jesús con sus discípulos, es un reto para una
comunidad y para cada uno de nosotros, ya que como dice el Vaticano II, este
sacramento es como la «culminación de toda la vida cristiana» (LG 11) y también
en cuanto en él «vive, se edifica y crece sin cesar la Iglesia de Dios» (LG
26).
La Eucarística
es un sacramento que siempre se renueva desde el compromiso comunitario,
solidario y fraterno. En cada Eucaristía acontece siempre algo nuevo para
nosotros, porque siempre tenemos necesidades nuevas, las cuales nos conducen a
confiar en el resucitado. Por ello, los textos de la liturgia de hoy están
transidos de ese carácter inefable que debemos buscar en este sacramento.
Hay un elemento
que puede iluminarnos, cuando los seguidores de Jesús se volvieron a reunir
tras su muerte, ahora ya sin Jesús, con la sola fuerza en la convicción de su
nueva presencia resucitada, hasta el punto que podemos hablar de la comunidad
del Resucitado, lo hacen, como nos relatan los textos del Nuevo Testamento,
celebrando una comida y partiendo y repartiendo el pan, tal como lo habían
visto hacer al mismo Jesús. Es más, las narraciones sobre Jesús, que después
pasaron a ser relatos a cerca de Jesús, origen de los Evangelios, se fraguaron
en estas comidas de fraternidad.
El sencillo
pueblo cristiano, y en lucha frente a las autoridades eclesiásticas, comprendió
de una forma más plena y auténtica el sentido profundo de la cena del Señor,
esto es, el memorial por el cual Jesús se hace ‘real’, simbólica y
sacramentalmente, bajo las especies y signos el pan y el vino en torno a una
mesa compartida.
Comulgar, ya en
cristiano, no es solo recibir un sacramento, es estar comprometido con una
llamada y con un seguimiento. Comulgar quiere decir compartir, hacerse
solidario. Dios, por así decirlo, se superó a sí mismo, tras la liberación de
la esclavitud de Egipto y la constitución del pueblo de Israel, con la Katábasis
o Encarnación de su Hijo. La solidaridad de Dios con el hombre llega hasta el
extremo en Jesús, confesado como el Cristo, quien dio su vida por toda la
humanidad.
La fidelidad de
Dios hacia su pueblo se ha convertido en Jesús, en promesa de vida eterna, en
una eternidad que transciende el tiempo histórico y que va más allá de nuestra
muerte corporal. En su comunión con Él participamos ya, como enseñan los Padres
de la Iglesia, de la divinización, porque toda la humanidad está orientada a
ver a Dios cara a cara y a morar en su santuario.
La actual
pandemia (Covid-19) nos está retando como humanidad. No hay país o grupo humano
que esté libre de esta lacra. Cada día algo es más claro: solo podremos
superarla con el esfuerzo y el aporte de todos. Tenemos la oportunidad de crear
nuevos lazos de encuentro y comunión solidaria entre todos. Ojalá que al salir
de esta crisis seamos todos mejores personas, más preocupados, solícitos y
solidarios con la suerte de los demás y comprometidos con nuestro planeta.
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